¿Por qué amar el maratón si te hace sufrir tanto?

“¿Cómo no me va a gustar una carrera que, al final, te hace llorar de emoción?” Carles Castillejo

Aunque son diferentes los motivos por los que uno se lanza a correr un maratón, o incluso simplemente a correr, suele tener en común el punto retador que ofrece. A veces ese reto actúa como motor para ayudar a pasar una mala racha, focalizándote en él te sientes como impulsando tu vida en otra dirección y fortaleciéndote. En otras ocasiones se trata de una apuesta retadora, o de una necesidad de superación personal, o demostrarse que uno es capaz de conseguir ese objetivo.

amar el maraton

Pero también puede ser la consecuencia lógica a una trayectoria deportiva vinculada al atletismo, como ocurrió en mi caso.

Para mí surgió todo de manera muy natural. Empecé a correr desde pequeño y fui aumentando las distancias hasta desembocar, prematuramente, según los cánones de la época, en el maratón. Debuté con 22 años en el maratón de San Sebastián con un tiempo de 2 horas y 11 minutos. En aquel entonces fue una de las mejores marcas del mundo para un debutante y aún hoy es considerada como “récord” de España de la categoría Sub23.

Siempre me sentí más cómodo en las distancias más largas por lo que no me preocupó si era supuestamente demasiado joven para debutar en maratón.

Quedé enganchado a esta distancia por la incertidumbre que se vive. Por mucho que vayas bien preparado, con el maratón nunca tienes garantías. Es tal la exigencia y el límite al que arrastra al cuerpo, que en cualquier momento puedes ver que te vienes abajo.

Este punto de riesgo, duda y obligación de tirar de fortaleza mental cuando parece que ya no puedes más, no puede desembocar más que en una gran satisfacción cuando cruzas la línea de meta. Todo el sufrimiento extremo vivido, no puede más que dejar paso a una gran felicidad. Un momento de emoción difícil de alcanzar en otras situaciones de la vida.

“…el maratón es así. Se trata de un objetivo bonito, pero difícil, en el que doy tanto valor al que hace menos de tres horas como al que baja de las cuatro. El mérito siempre radica en aguantar, en esperar el final.” Toni Peña (del libro “42 kilómetros para amar el maratón”)

O como dice Carles Castillejo en el libro «42 Kilómetros para amar el maratón»:

“En realidad, esta prueba es como una película muy emotiva que, en mi caso, dura unas dos horas y en la que se vive un suspense casi a flor de piel.”

Ese suspense, siempre esta ahí en el caso del maratón. Por muy bien preparado que vayas, nunca podrás garantizar el éxito. Pero sí es cierto que cuanto mejor hayas entrenado, más posibilidades de éxito tienes.

No me canso de decir que al maratón hay que ir muy bien preparado. Sé que es algo duro y que requiere mucho tiempo pero es de la única manera que tiene sentido plantarse en la línea de salida.

“… sabía que no podía ir a la línea de salida con poco entrenamiento.” Isidro López (creador de Bikila y maratoniano)

La preparación es dura para un corredor profesional que se puede meter 200 km a la semana de entrenamientos pero, lo es tanto o más para un popular. No porque ambos hagan el mismo número de kilómetros sino porque el popular, además de entrenar, trabaja. Entre sesión y sesión de entrenamiento no se puede permitir el descanso de un profesional ni dispone de los fisios y medios de recuperación que tienen estos.

Pese a que no aspiren a las mismas marcas y eso requiera distinta dedicación en la preparación, la dureza en el entrenamiento de esta prueba está ahí para ambos.

Y pese a todo, luego llega el día de la carrera, te lanzas a competir y es probable que en algún punto de la distancia tu cabeza se pregunte qué estás haciendo ahí. A mí me ha pasado y eso también lo he tenido que entrenar o al menos preparar.

Había momentos en que era tal el esfuerzo que estaba haciendo que obviamente pensaba en abandonar. Pero entonces tiraba de recursos como llevar una goma en la muñeca y que cuando me viera pensando en abandonar, la soltara dejando que me golpeara. Ese dolor me recordaba que era mucho lo que había sacrificado durante los meses anteriores como para permitirme tirarlo todo por la borda en ese momento. Me recordaba que tenía que seguir.

Nunca hay dos carreras que sean iguales, ni la misma maratón en años distintos. Cada una de ellas es una experiencia distinta, pero podría asegurar que en todas ha existido un momento en que he tenido que luchar contra los pensamientos negativos. La diferencia estriba en si éstos aparecen casi al final o por el contrario antes de la media maratón. Si llegan antes de la media maratón, la carrera puede convertirse en un infierno.

Algo así me pasó en el Mundial de Maratón en Edmonton (Canadá) en el año 2001. Salía siendo uno de los favoritos por marca lo que ya me metía mucha presión. Había realizado una de mis mejores preparaciones para maratón eligiendo Mallorca para realizarla. Posteriormente pensé que había sido un error entrenar en Mallorca en julio ya que hacía demasiado calor y humedad. Creo que esto fomentó que llegara pasado de forma a la cita y con un peso más bajo de lo que estaba acostumbrado.

Con estos antecedentes, me lancé en una carrera de las más duras que he corrido. Hacía un calor y humedad excesivos. Antes de la media maratón ya iba sufriendo mucho. Estaba haciendo la goma con el grupo de delante y me costaba horrores. Antes del km 30 ya iba como un zombie, sin ser consciente de ritmo ni cual era la trazada más recta. Fue un continuo dialogo conmigo mismo y tenía el deber de finalizar esa prueba costara lo que costara. Los últimos 10 kilómetros fueron para mi lo más similar a un infierno. Los kilómetros no pasaban. Fue cruzar la meta y caer desplomado e inconsciente. Me llevaron directo a la sala médica a recuperarme con suero. Por lo visto no fui el único, las condiciones climáticas hicieron estragos. Creo que a esa situación no hay que llegar nunca pero la determinación de acabar (por la familia, la presión mediática, cuestión de becas…) hizo el resto.

La situación opuesta la viví en Japón, en la maratón de Lakebiwa en el año 2001. Todo el contexto era perfecto: condiciones climáticas, atención al atleta, circuito, el trabajo de las liebres… Incluso llegaba en muy buen estado de forma.

Los kilómetros iban pasando sin darme cuenta. Tenía la mente distraída y esperaba que llegara el momento de la auténtica guerra. Este momento llegó en el kilómetro 40. En mi cabeza estaba poder hacer récord de España que entonces lo tenía Fabián Roncero con 2h7’23”. Mis pasos así lo corroboraban pero en ese dichoso momento me entraron unas arcadas que me obligaron vomitar en carrera. Es tan desagradable la sensación de vomitar al mismo tiempo que estás corriendo a menos de 3 minutos por kilómetro que me provocó un dolor abdominal exagerado. La determinación de llegar a meta y poder conseguir el objetivo era suficiente para amortiguar ese dolor y la paliza muscular que llevaba encima.

Fue cruzar la meta y volver a vomitar. Mirar el reloj oficial y ver 2h07’34”. No logré el récord de España, aunque estuve cerca. La alegría fue inmensa.

Al final, me había esforzado en la preparación en ambos casos y en los dos sufrí durante la carrera pero uno de ellos fue un verdadero suplicio.

Pero todos estos esfuerzos, lucha diaria y fortaleza mental que se desarrolla, acaban repercutiendo en tu persona y en el resto de tu vida.

“No tengo ninguna duda de que el maratón me ha hecho mejor persona” Fabián Roncero

Seguramente acabas siendo más tolerante al sufrimiento, porque por mucha satisfacción que puedan producir los resultados, antes se ha sufrido entrenando.

Acabas viendo que la lucha diaria se traduce en resultados y eso te ayuda también a hacerte más fuerte mentalmente. Esa fortaleza mental se dirige luego a otros campos de tu vida y te hace encarar los problemas o abordar situaciones de otra manera.

Has tenido que ser constante y disciplinado entrenando. El atletismo es así, los resultados no llegan fruto de la casualidad sino de una trayectoria regular con esfuerzo continuo. Empiezas a ver que la constancia puede dar resultados.

Por cosas así, se llega a amar el maratón. Correr una maratón acaba siendo una experiencia que muchos quieren vivir en su vida. Pero además, tras superarla una vez, es fácil quedarse enganchado a ese cúmulo de emociones y querer repetirlo más veces.

Es una experiencia en la que un alto grado de sufrimiento acaba convirtiéndose en felicidad después de atravesar un conjunto de emociones encontradas. Algo, que sin duda, engancha.


*Todas las citas han sido extraídas del libro:
«42 Kilómetros para amar el maratón» Alfredo Varona

 

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